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January 2022

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Release Date:  January 31, 2022

Catholic school students, teachers, and school communities throughout the 19-county Archdiocese of Cincinnati are celebrating the 48th annual Catholic Schools Week from January 30 through February 5 under the theme “Catholic Schools: Faith. Excellence. Service.” The 112 Catholic elementary and high schools in the Archdiocese will mark the week with special programs, such as open houses for parents and grandparents, out-of-uniform days, service projects, Masses, talent shows, special decorations, student-faculty games and entertainment.

Today, Archbishop Dennis M. Schnurr participated in a yearly teleconference conversation with high school students in the Archdiocese of Cincinnati. All 23 Catholic high schools were given the opportunity to ask questions to Archbishop Schnurr. The teleconference was broadcasted live at each of the high schools and on social media. The topics today ranged from growing the Catholic Church during the pandemic to asking Archbishop Schnurr about his personal path to the priesthood. The teleconference is available to view on the Archdiocese of Cincinnati and the Catholic Schools – Archdiocese of Cincinnati Facebook pages.

 

Jennifer Schack

Director of Media Relations

Archdiocese of Cincinnati

Office | 513.263.6618

Cell | 859.512.5626

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La Iglesia es signo e instrumento de comunión con Dios y de unidad entre todos los hombres y mujeres que están llamados a llevar la alegría del Evangelio al mundo entero. Una imagen bíblica utilizada por el Concilio Vaticano II que puede ser útil para entender las próximas agrupaciones parroquiales y el proceso Faros de Luz, es la de la Iglesia como Familia de Dios – “la casa de Dios en que habita su familia; habitación de Dios en el Espíritu (cf. Ef. 2:19, 22)”.

La imagen de la Iglesia como familia es antigua, y la idea de una familia como “iglesia doméstica” ha resurgido en los últimos tiempos. Las parroquias son comunidades de familias, reunidas bajo un párroco, un pastor, un “padre” de familia, en comunión con el obispo, para dar culto a Dios y construir el Reino. La familia es un lugar de pertenencia, un lugar privilegiado para experimentar el amor y el crecimiento, un signo original del amor de Cristo por su Iglesia, que nos ha dado Dios Padre. Es a la vez un elemento de construcción de la sociedad y un medio fundamental por el que se nos introduce en una relación decisiva con Dios.

La familia existe para generar vida y profundizar el compañerismo entre los creyentes en su camino hacia el destino común. La estabilidad familiar es fundamental para el futuro. Esto es cierto no sólo para nuestras familias individuales, sino también para nuestras familias parroquiales. Cada familia, incluida la familia parroquial, tiene la misión de construir la Iglesia y acrecentar el Reino de Dios en el mundo; de ser una comunidad de amor en la que las personas experimenten un sentido de pertenencia; y, de ser un faro de luz y esperanza para los demás.

En la Familia de Dios nos encontramos continuamente con Cristo que, según el Papa Emérito Benedicto XVI en Deus caritas est, “da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. En nuestras propias familias, aprendemos a afrontar las dificultades y a enfrentarnos a las realidades de la vida, iluminados por su Presencia. En la vida familiar, encontramos a Cristo en los demás. Tanto en nuestras familias individuales como en las familias parroquiales, nuestro compañerismo se da en un espacio, en nuestra convivencia y trabajo diario, en un camino común con una meta en común: nuestro destino con Dios.

La Iglesia puede entenderse como la Familia de Dios. Jesús se dirige a Dios como Padre y la Iglesia antigua se dirigía a sus miembros como adelphoi (hermanos y hermanas). La Iglesia no es principalmente una agrupación administrativa, organizada y ocasionalmente reorganizada como una empresa; más bien, sus características distintivas son la oración y la Eucaristía. Los creyentes son llamados por su nombre a formar parte de esta familia, se unen y constituyen como familia por el Espíritu Santo. Ninguna familia es perfecta, y siempre hay miembros de la familia con diferentes temperamentos, pero hay un vínculo fundamental: la fe.

La Iglesia, constituida por Dios, tiene el mandato de evangelizar. Cada familia y cada parroquia deben tener una perspectiva misionera. Debemos irradiar a Cristo al mundo y, sin embargo, estamos viviendo un profundo cambio que hace más difícil la tarea de evangelizar. El Papa Francisco dice con frecuencia que “no estamos viviendo simplemente una época de cambios, sino un cambio de época”. Reconociendo esto y la realidad actual de la Arquidiócesis de Cincinnati, que incluye cambios demográficos y menos sacerdotes, es esencial adaptarnos para llevar a cabo eficazmente la misión de la Iglesia en un entorno cambiado.

Faros de Luz no trata principalmente de la escasez de sacerdotes, sino de la misión de la evangelización. Al principio de su Pontificado, el Papa Francisco describió su sueño para la Iglesia en La alegría del Evangelio: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación”.

Los invito a soñar cómo nuestras parroquias pueden ser comunidades evangelizadoras, faros que irradian la luz de la fe y responden a las necesidades de toda la Familia de Dios.

En esta serie, he intentado fundamentar nuestra comprensión de la iniciativa Faros de Luz en la imagen de la Iglesia como Familia de Dios. Como Familia de Dios, caminamos juntos de manera sinodal, imitando el caminar juntos de la Trinidad. Este “caminar juntos” requiere caminar también con Cristo, a quien nos unimos en la Eucaristía. Toda la Iglesia está guiada también por el Espíritu Santo, que nos convoca y nos guía en nuestro camino. Fue el Espíritu que cubrió a María en la concepción de Jesús y que descendió sobre los Apóstoles cuando estaban en oración con María en Pentecostés. 

Confiando en el poder de Cristo y Su Espíritu y en la Virgen María, el Pueblo de Dios en la Arquidiócesis de Cincinnati se prepara para el camino que tiene por delante. Al hablar de la Iglesia como una familia que camina junta, podemos hablar de la sinodalidad en la Iglesia y de la Iglesia. 

La Sinodalidad en la Iglesia

La sinodalidad en la Iglesia se refiere a la vida divina en la que los miembros de la Iglesia comparten la sinodalidad de la Trinidad. Este compartir ocurre de diversas maneras, principalmente a través de la liturgia y los sacramentos, en los que todo el Pueblo de Dios camina hacia la Jerusalén celestial, con los miembros de la Iglesia ejerciendo sus diversos carismas y ministerios. La sinodalidad eclesial se encarna en las instituciones (sínodos diocesanos, consejos financieros parroquiales, consejos pastorales, etc.), cuando esas estructuras están animadas por el Señor Resucitado y atentas a lo que dice el Espíritu. 

Estas “instituciones” son extremadamente importantes en el proceso Faros de Luz mientras las “Familias de Parroquias” desarrollan planes pastorales. Será necesario tomar decisiones difíciles sobre cómo trabajar en conjunto, las finanzas, las escuelas y las instalaciones. El enfoque no puede estar en aferrarse al pasado o aferrarse al poder; más bien, el enfoque debe estar en la misión de evangelizar y descubrir lo que el Señor Resucitado y el Espíritu han preparado.

La relación de los discípulos con Dios

Sinodalidad en la Iglesia también está relacionada con la koinonía, que se refiere a la nueva relación que los discípulos tienen con Dios y entre ellos. La comunión de la Iglesia se revela como iniciativa de la Trinidad, más que como resultado de la voluntad de personas que se asocian por razones de conveniencia, intereses comunes o negocios. La koinonía se refiere a una unión espiritual y a una concordancia de corazones y mentes que opera visiblemente (cf. Hechos 2, 42), comenzando con el bautismo a través del cual uno se incorpora a la vida de Cristo y la Iglesia, formando un societas.

La koinonía es un don incondicional de Dios que desea que todos compartan la vida de su Hijo y se solidaricen unos con otros; también es una obra espiritual que implica compartir el sufrimiento y el consuelo de los demás (cf. Romanos 12,13; 2 Cor 1, 5-7; Fil 3, 10; 4, 14) y realizando obras concretas de caridad (cf. Rom 15, 26; 2 Cor 8, 4; 9, 13; Gal 2, 9; Fil 1, 5; Fil 6). 

Caminar juntos en familia es una de las formas más visibles y significativas de la comunión eclesial, que implica muchos modos de participación en la Iglesia. Si la comunión es compartir la fe y la misión de la Iglesia, este caminar es signo y cumplimiento de esa comunión. 

Por supuesto, habrá resistencia por parte de aquellos que no quieran o teman el cambio. La paciencia es necesaria. Cada persona y cada parroquia dentro de una familia debe preguntar: ¿Soy un puente hacia la unidad dentro de la parroquia o soy una barrera? ¿Estamos realmente buscando el camino a seguir o actuando como obstáculos? ¿Cómo nos convertimos en una comunidad evangelizadora?

La sinodalidad de la Iglesia

En nuestro camino, la sinodalidad de la Iglesia se refiere a la Iglesia que es como “un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” y que “se propone presentar a sus fieles y a todo el mundo con mayor precisión su naturaleza y su misión universal” (Lumen gentium, 1). Describe el camino de la Iglesia con toda la humanidad en la historia. 

Esta forma de ser se entiende propiamente no como una expresión de poder sino como un representatio ecclesiae, cuya autoridad proviene de Cristo para el servicio de la humanidad. ¿Qué tipo de rostro queremos mostrar como Iglesia? ¿Podemos ser una Iglesia samaritana? Precisamente porque la Arquidiócesis de Cincinnati ofrece tantos servicios a través de escuelas, hospitales, Caridades Católicas, etc. a tantas personas no católicas, debemos ser conscientes de nuestra responsabilidad hacia aquellos en la comunidad en general a quienes servimos. Un enfoque en servicio en vez de poder puede ayudarnos a discernir el camino a seguir para promover el bien común y llevar la alegría del Evangelio a quienes nos rodean.

En el tercer artículo de esta serie, escribí sobre la necesidad de que las “Familias de Parroquias” caminen juntas de manera sinodal. Vivir una vida sinodal comienza con la Santísima Trinidad. En este cuarto artículo, quiero explorar más profundamente las raíces de este “caminar juntos” como Familia de Dios, comenzando con Cristo y Su Presencia Eucarística, luego volviéndome hacia el Espíritu Santo y la Virgen María.

Permanecer Conectados a Cristo

La sinodalidad es una forma de vivir la fe de manera permanente en todos los niveles de la vida de la Iglesia y tiene sus raíces en el Misterio Pascual a partir del bautismo, a través del cual los individuos comparten en la comunión de la Trinidad. El bautismo implica la respuesta humana al llamado a vivir en comunión con Cristo a través del Espíritu Santo (Cf. 1 Cor 1, 9). Esta comunión purifica a la persona del pecado, haciéndole una nueva creación, hija o hijo adoptivo de Dios y miembro de la Iglesia, abriendo la puerta a los demás sacramentos, incluida la Eucaristía.

Es la Iglesia la que hace la Eucaristía, como la Eucaristía hace a la Iglesia. En virtud de la Eucaristía, los diversos miembros del Pueblo de Dios caminan juntos como Cuerpo de Cristo (Cf. 1 Cor 10, 17) bajo Cristo como cabeza. Cristo, el Buen Pastor, guía al rebaño en su camino. Él no solo guía, sino que también alimenta al rebaño. En la recepción de la Sagrada Comunión, la comunión con Dios se profundiza vertical y horizontalmente. El propio ágape de Dios se recibe corporalmente, para que su obra salvífica pueda continuar en y a través de la Iglesia. Consciente del don, la Iglesia sale para atraer a toda la humanidad a ser parte de esta unidad. Una parroquia o Familia de Parroquias debe permanecer íntimamente conectada con Cristo en la Eucaristía, priorizando la Misa dominical y el acceso a la Eucaristía.

Derramando el Espíritu Santo

En el bautismo de Cristo, se escuchó la voz del Padre y el Espíritu Santo descendió sobre Él como una paloma. Este mismo Espíritu, que fue derramado sobre los apóstoles en Pentecostés, ha sido derramado en nuestros corazones en el bautismo. El Espíritu Santo introduce el orden (1 Cor 12, 1-20) en medio de la diversidad de miembros y carismas en el Cuerpo de Cristo para que los miembros trabajen juntos por el bien de toda la Iglesia (1 Cor 12,14-31). A cada miembro se le da alguna manifestación del Espíritu en vista del bien del cuerpo. Los dones del Espíritu se reúnen en la Iglesia, donde los miembros sirven y se escuchan recíprocamente. La Iglesia se entiende a sí misma como un “nosotros” colectivo en la oración, la liturgia y el discernimiento.

María, Modelo Para La Iglesia

El Espíritu Santo, que está en el centro de este “caminar juntos” eclesial, cubrió también a María, Madre de la Iglesia y modelo del discipulado, que vivió este camino de manera privilegiada. Aunque el Espíritu estuvo operando desde el amanecer de la creación, en la plenitud de los tiempos (Cf. Gálatas 4, 4) se dio un salto cualitativo en la historia de la salvación. Por el Espíritu Santo, María concibió la Palabra de Dios, quien, a su vez, fue entregada como un regalo a la humanidad. María y el Espíritu “caminan juntos” desde la Anunciación hasta el Pentecostés.

Si, en la economía de la salvación, el Espíritu Santo representa la condición de la posibilidad de la auto comunicación de Dios en Jesús por parte del Divino, entonces María, con su fiat, representa la condición de la posibilidad de esta comunicación por parte de la humanidad. A través de su escucha atenta y su apertura a Dios, cumplió su misión de traer a Cristo al mundo. Ella demuestra las características de vivir este camino. Caminó con y en la Trinidad, recibiendo de buena voluntad el amor del Padre, llevando al Hijo dentro de su vientre y convirtiéndose en templo del Espíritu Santo. La Madre de Dios es modelo para todos los discípulos y un icono de vida sinodal, recordándonos la llamada universal a escuchar atentamente a Dios con apertura al Espíritu Santo.

María y el Espíritu Santo nos ayudarán a guiarnos por el camino del discernimiento. Por tanto, confiémonos a ellos, concluyendo con una oración a Cristo de la mística suiza Adrienne von Speyr:

“Señor, concédenos que te contemplemos, te afirmemos, te realicemos, a ti y a tu Iglesia y a lo que nuestra misión exige, en un Espíritu siempre nuevo, en el Espíritu del sí de tu Madre. Concédenos que recemos por este Espíritu. Nosotros sabemos que allí donde envías tu Espíritu, allí estás Tú mismo. El Espíritu te ha llevado a tu Madre, el Espíritu la ha hecho capaz de llevarte en su seno, de darte a luz, de abrazarte con su cuidado materno. Y porque en ella has vuelto a encontrar a tu propio Espíritu, de ella has formado a tu Iglesia. Y porque nos has llamado a entrar en esta Iglesia: haz de cada uno de nosotros un lugar en el que sople el Espíritu de tu Iglesia, un lugar en el que contigo y con la ayuda del Espíritu Santo se haga la voluntad de tu Padre, de nuestro Padre. Amén”.

En los dos primeros artículos de esta serie, exploramos los fundamentos de Faros de Luz. El primero describía a la Iglesia como la Familia de Dios, y el segundo compartía las características de una comunidad evangelizadora. Cada Familia de Parroquias formada a través del proceso de Faros de Luz está llamada a dar a conocer la alegría del Evangelio. La experiencia de ser una Familia de Parroquias traerá tanto desafíos como bendiciones. En este artículo, describiré Faros de Luz como un viaje enraizado en nuestra creencia en el Dios Trino.

Cuando crecíamos, la mayoría de nosotros se tomaba unas vacaciones familiares, un viaje, con la esperanza de renovarse. Esas aventuras estaban llenas de muchas alegrías y probablemente de algunos percances. La palabra griega synodos significa “caminar juntos”, como en una caravana o una peregrinación religiosa (cf. Lc 2, 40-44). Mientras la Arquidiócesis de Cincinnati camina hacia el futuro, lo hacemos juntos.

Una Iglesia Peregrina

Somos una “Iglesia peregrina”, en camino hacia la Jerusalén celestial. Significativamente, en Lumen Gentium (LG 9-17), la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, el Concilio Vaticano II se dirige al “Pueblo de Dios” antes de dirigirse a la jerarquía. Antes de este documento, dominaba una visión piramidal de la Iglesia, con los obispos y sacerdotes en la cima y los laicos en la base. Con la promulgación del documento, todos los bautizados, con sus roles distintivos, pudieron entender sus vocaciones como un servicio a la Iglesia.

Sinodalidad

La sinodalidad es una forma de vivir la fe de manera permanente en todos los niveles: en la parroquia, en la familia y en las periferias. Todos los miembros de la Iglesia, no sólo el clero o los expertos, deben comprometerse en esta forma de vivir. La sinodalidad describe el camino conjunto del Pueblo de Dios hacia la Nueva y Eterna Jerusalén.

El Papa Francisco nos llama a ser una Iglesia sinodal, una Iglesia que camina junta. Habló de ello en el 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos en 2015, afirmando que es “precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”. Se hizo eco del Papa Benedicto XVI al decir que la sinodalidad es una “dimensión constitutiva de la Iglesia” y la describió como “no es otra cosa que el ‘caminar juntos’ de la grey de Dios por los senderos de la historia que sale al encuentro de Cristo el Señor”.

Una Iglesia sinodal es aquella que escucha y “con la conciencia de que escuchar ‘es más que oír’”. Esto implica escucharse no sólo unos a otros, sino también al Espíritu Santo para saber lo que “dice a las Iglesias” (Ap 2,7). La escucha afirma la dignidad de cada persona y expresa el respeto por las voces, los deseos legítimos, los problemas y los sufrimientos del Pueblo de Dios.

El proceso de escucha comienza con el Pueblo de Dios, que, en virtud de su bautismo, participa del oficio profético de Cristo. Los sacerdotes y obispos, atentos a la voz del rebaño, escuchan a Dios para actuar correctamente y dar un testimonio creíble de la fe apostólica. El proceso converge a un punto de unidad en la fe, facilitando el encuentro con el Señor en la verdad.

Base Teológica

¿Cuáles son los fundamentos teológicos para entender a la Iglesia como una Familia de Dios que camina junta? Es decir, si las parroquias se van a agrupar en “Familias de Parroquias” para discernir juntas un futuro que sirva mejor a la evangelización, ¿sobre qué bases teológicas podría hacerse?

Comenzamos casi todas las oraciones con la señal de la cruz, invocando a la Trinidad. Aunque en los próximos meses profundizaremos en los fundamentos teológicos de Faros de Luz, nuestra creencia en la Trinidad es un buen punto de partida. Hay una clara huella trinitaria en la comprensión de la Iglesia en los documentos del Vaticano II, que describen a la Iglesia como “un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Se habla de una “sinodalidad trinitaria” ad intra, refiriéndose a la relación dinámica de las Personas de la Trinidad como comunión de amor, y de una “sinodalidad trinitaria” ad extra, en la que las personas de la Divinidad “caminan juntos” hacia toda la creación, la Iglesia y la humanidad en la historia. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son el modelo de toda forma de vida sinodal y, por tanto, de un modelo de vida como Iglesia.

Las Escrituras aluden a ello en el “Nosotros” divino del relato de la creación (Gn 1,26), en la visita de los tres invitados a Abraham (Gn 18,1-5) y en el camino de Dios hacia su pueblo a través de las alianzas del Antiguo Testamento, que culmina en el Mesías, que ofrece la salvación a judíos y gentiles por igual. El Nuevo Testamento, especialmente la Anunciación (Lc 1, 26-38), narra la Encarnación como una acción trinitaria, un caminar juntos: el Padre envía al Espíritu Santo a cubrir con su sombra a la Virgen para que el Verbo Eterno del Padre se encarne. En la Trinidad hay comunión y reciprocidad entre las Personas y una efusión de amor hacia la humanidad.

El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo caminan juntos en armonía. El Dios Trino camina junto a toda la humanidad. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo caminan con nosotros mientras discernimos el camino a seguir por nuestra arquidiócesis. A su vez, nosotros, como Familias de Parroquias, debemos caminar juntos, abiertos a los impulsos del Espíritu Santo y guiados por la Palabra viva (cf. Salmo 119, 105).

El mes pasado reflexioné sobre la Iglesia como Familia de Dios. Tenemos que pensar no sólo en las parroquias como familias, sino en las múltiples parroquias como familias extendidas o “Familias de Parroquias”, a medida que pasamos del mantenimiento a la misión. Faros de Luz es un medio para canalizar nuestros recursos de la manera que mejor sirva a la misión de la evangelización.

¿Cuáles son las características de una comunidad evangelizadora? En primer lugar, somos una Iglesia en salida. Somos misioneros. Salir exige abandonar con valentía nuestra zona de confort. En una entrevista en 2013, el Papa Francisco dijo:

“En lugar de ser solamente una Iglesia que acoge y recibe, manteniendo sus puertas abiertas, busquemos más bien ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos, capaz de salir de sí misma yendo hacia el que no la frecuenta, hacia el que se marchó de ella, hacia el indiferente. El que abandonó la Iglesia a veces lo hizo por razones que, si se entienden y valoran bien, pueden ser el inicio de un retorno. Pero es necesario tener audacia y valor”.

En segundo lugar, la comunidad de discípulos misioneros muestra iniciativa. La palabra primerear capta esta idea de ser proactivo en lugar de reactivo. En Evangelii Gaudium el Santo Padre escribe:

“La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos”.

Aquí, en la Arquidiócesis de Cincinnati, no podemos permitirnos esperar a que la gente venga a nosotros; más bien, debemos tomar la iniciativa y convertirnos en ”emprendedores espirituales”.

En tercer lugar, la comunidad evangelizadora está comprometida con sus miembros. El Papa Francisco utiliza a veces la palabra balconear, que significa asomarse al balcón para ver lo que ocurre sin comprometerse personalmente. El Papa propone a Jesús como lo opuesto a este tipo de personas:

“Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: ‘Seréis felices si hacéis esto’ (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo”.

El sacerdote no puede hacerlo todo. Debe animar a su gente a participar identificando y utilizando los talentos y dones de su rebaño.

En cuarto lugar, una comunidad de discípulos misioneros acompaña a otros. En un discurso en Asís en 2013, el Papa Francisco dijo:

“Lo repito a menudo: caminar con nuestro pueblo, a veces delante, a veces en medio y a veces detrás: delante, para guiar a la comunidad; en medio, para alentarla y sostenerla; detrás, para mantenerla unida y que nadie se quede demasiado atrás, para mantenerla unida”.

Un padre de familia debe guiar a su familia, pasar tiempo con ella y ofrecerle ánimo, manteniendo a la familia unida. El acompañamiento implica guiar, animar, apoyar y unir. El párroco como el pastor debe liderar el proceso, acompañando a los suyos, conociendo sus alegrías, penas, esperanzas y necesidades, y ofreciendo ánimo. Esto exige escuchar y empatizar por su parte. Al mismo tiempo, la comunidad parroquial camina con él, y cada miembro desempeña un papel en el fortalecimiento de los demás, sirviendo como puentes, en lugar de barreras, en un esfuerzo unido para evangelizar.

En quinto lugar, la comunidad evangelizadora es fecunda. Comentando la parábola de la cizaña y el trigo, el Santo Padre dice:

“La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados”.

La fecundidad exige discernimiento y paciencia. La parábola de la cizaña y el trigo habla de discernir lo que es del Hijo del Hombre, que siembra buenas semillas en el campo, de la cizaña, sembrada por el diablo. En griego, la palabra para cizaña es zizania, que se refiere a la hierba de centeno. Zizania se parece inicialmente al trigo, pero sólo cuando está madura se puede discernir la diferencia. Jesús advierte de la necesidad de tener paciencia y discernimiento porque las cosas no siempre son claras al principio.

La paciencia y el discernimiento nos permiten avanzar. Es especialmente necesario que todos nosotros ayudemos a los fieles a comprender la razón del proceso Faros de Luz y a aceptar la realidad del cambio.

La última característica de una comunidad evangelizadora es la alegría. La Eucaristía es el sacramento de la alegría cristiana. En la Eucaristía, la alegría conquistada por Jesús no sólo se conserva y se comparte, sino que perdura. La Iglesia celebra la Eucaristía con el gozo nupcial, como la comprometida a Cristo. Es un anticipo del banquete celestial.

Las Familias de Parroquias, alimentadas por la Sagrada Eucaristía, tendrán la valentía de salir, de tomar la iniciativa, de comprometerse y de acompañar a los demás para que den frutos duraderos. Serán comunidades evangelizadoras, marcadas por la alegría que proviene del Evangelio y de la Eucaristía.