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Fr. Earl Fernandes

Fr. Earl Fernandes

La Iglesia es signo e instrumento de comunión con Dios y de unidad entre todos los hombres y mujeres que están llamados a llevar la alegría del Evangelio al mundo entero. Una imagen bíblica utilizada por el Concilio Vaticano II que puede ser útil para entender las próximas agrupaciones parroquiales y el proceso Faros de Luz, es la de la Iglesia como Familia de Dios – “la casa de Dios en que habita su familia; habitación de Dios en el Espíritu (cf. Ef. 2:19, 22)”.

La imagen de la Iglesia como familia es antigua, y la idea de una familia como “iglesia doméstica” ha resurgido en los últimos tiempos. Las parroquias son comunidades de familias, reunidas bajo un párroco, un pastor, un “padre” de familia, en comunión con el obispo, para dar culto a Dios y construir el Reino. La familia es un lugar de pertenencia, un lugar privilegiado para experimentar el amor y el crecimiento, un signo original del amor de Cristo por su Iglesia, que nos ha dado Dios Padre. Es a la vez un elemento de construcción de la sociedad y un medio fundamental por el que se nos introduce en una relación decisiva con Dios.

La familia existe para generar vida y profundizar el compañerismo entre los creyentes en su camino hacia el destino común. La estabilidad familiar es fundamental para el futuro. Esto es cierto no sólo para nuestras familias individuales, sino también para nuestras familias parroquiales. Cada familia, incluida la familia parroquial, tiene la misión de construir la Iglesia y acrecentar el Reino de Dios en el mundo; de ser una comunidad de amor en la que las personas experimenten un sentido de pertenencia; y, de ser un faro de luz y esperanza para los demás.

En la Familia de Dios nos encontramos continuamente con Cristo que, según el Papa Emérito Benedicto XVI en Deus caritas est, “da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. En nuestras propias familias, aprendemos a afrontar las dificultades y a enfrentarnos a las realidades de la vida, iluminados por su Presencia. En la vida familiar, encontramos a Cristo en los demás. Tanto en nuestras familias individuales como en las familias parroquiales, nuestro compañerismo se da en un espacio, en nuestra convivencia y trabajo diario, en un camino común con una meta en común: nuestro destino con Dios.

La Iglesia puede entenderse como la Familia de Dios. Jesús se dirige a Dios como Padre y la Iglesia antigua se dirigía a sus miembros como adelphoi (hermanos y hermanas). La Iglesia no es principalmente una agrupación administrativa, organizada y ocasionalmente reorganizada como una empresa; más bien, sus características distintivas son la oración y la Eucaristía. Los creyentes son llamados por su nombre a formar parte de esta familia, se unen y constituyen como familia por el Espíritu Santo. Ninguna familia es perfecta, y siempre hay miembros de la familia con diferentes temperamentos, pero hay un vínculo fundamental: la fe.

La Iglesia, constituida por Dios, tiene el mandato de evangelizar. Cada familia y cada parroquia deben tener una perspectiva misionera. Debemos irradiar a Cristo al mundo y, sin embargo, estamos viviendo un profundo cambio que hace más difícil la tarea de evangelizar. El Papa Francisco dice con frecuencia que “no estamos viviendo simplemente una época de cambios, sino un cambio de época”. Reconociendo esto y la realidad actual de la Arquidiócesis de Cincinnati, que incluye cambios demográficos y menos sacerdotes, es esencial adaptarnos para llevar a cabo eficazmente la misión de la Iglesia en un entorno cambiado.

Faros de Luz no trata principalmente de la escasez de sacerdotes, sino de la misión de la evangelización. Al principio de su Pontificado, el Papa Francisco describió su sueño para la Iglesia en La alegría del Evangelio: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación”.

Los invito a soñar cómo nuestras parroquias pueden ser comunidades evangelizadoras, faros que irradian la luz de la fe y responden a las necesidades de toda la Familia de Dios.

En esta serie, he intentado fundamentar nuestra comprensión de la iniciativa Faros de Luz en la imagen de la Iglesia como Familia de Dios. Como Familia de Dios, caminamos juntos de manera sinodal, imitando el caminar juntos de la Trinidad. Este “caminar juntos” requiere caminar también con Cristo, a quien nos unimos en la Eucaristía. Toda la Iglesia está guiada también por el Espíritu Santo, que nos convoca y nos guía en nuestro camino. Fue el Espíritu que cubrió a María en la concepción de Jesús y que descendió sobre los Apóstoles cuando estaban en oración con María en Pentecostés. 

Confiando en el poder de Cristo y Su Espíritu y en la Virgen María, el Pueblo de Dios en la Arquidiócesis de Cincinnati se prepara para el camino que tiene por delante. Al hablar de la Iglesia como una familia que camina junta, podemos hablar de la sinodalidad en la Iglesia y de la Iglesia. 

La Sinodalidad en la Iglesia

La sinodalidad en la Iglesia se refiere a la vida divina en la que los miembros de la Iglesia comparten la sinodalidad de la Trinidad. Este compartir ocurre de diversas maneras, principalmente a través de la liturgia y los sacramentos, en los que todo el Pueblo de Dios camina hacia la Jerusalén celestial, con los miembros de la Iglesia ejerciendo sus diversos carismas y ministerios. La sinodalidad eclesial se encarna en las instituciones (sínodos diocesanos, consejos financieros parroquiales, consejos pastorales, etc.), cuando esas estructuras están animadas por el Señor Resucitado y atentas a lo que dice el Espíritu. 

Estas “instituciones” son extremadamente importantes en el proceso Faros de Luz mientras las “Familias de Parroquias” desarrollan planes pastorales. Será necesario tomar decisiones difíciles sobre cómo trabajar en conjunto, las finanzas, las escuelas y las instalaciones. El enfoque no puede estar en aferrarse al pasado o aferrarse al poder; más bien, el enfoque debe estar en la misión de evangelizar y descubrir lo que el Señor Resucitado y el Espíritu han preparado.

La relación de los discípulos con Dios

Sinodalidad en la Iglesia también está relacionada con la koinonía, que se refiere a la nueva relación que los discípulos tienen con Dios y entre ellos. La comunión de la Iglesia se revela como iniciativa de la Trinidad, más que como resultado de la voluntad de personas que se asocian por razones de conveniencia, intereses comunes o negocios. La koinonía se refiere a una unión espiritual y a una concordancia de corazones y mentes que opera visiblemente (cf. Hechos 2, 42), comenzando con el bautismo a través del cual uno se incorpora a la vida de Cristo y la Iglesia, formando un societas.

La koinonía es un don incondicional de Dios que desea que todos compartan la vida de su Hijo y se solidaricen unos con otros; también es una obra espiritual que implica compartir el sufrimiento y el consuelo de los demás (cf. Romanos 12,13; 2 Cor 1, 5-7; Fil 3, 10; 4, 14) y realizando obras concretas de caridad (cf. Rom 15, 26; 2 Cor 8, 4; 9, 13; Gal 2, 9; Fil 1, 5; Fil 6). 

Caminar juntos en familia es una de las formas más visibles y significativas de la comunión eclesial, que implica muchos modos de participación en la Iglesia. Si la comunión es compartir la fe y la misión de la Iglesia, este caminar es signo y cumplimiento de esa comunión. 

Por supuesto, habrá resistencia por parte de aquellos que no quieran o teman el cambio. La paciencia es necesaria. Cada persona y cada parroquia dentro de una familia debe preguntar: ¿Soy un puente hacia la unidad dentro de la parroquia o soy una barrera? ¿Estamos realmente buscando el camino a seguir o actuando como obstáculos? ¿Cómo nos convertimos en una comunidad evangelizadora?

La sinodalidad de la Iglesia

En nuestro camino, la sinodalidad de la Iglesia se refiere a la Iglesia que es como “un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” y que “se propone presentar a sus fieles y a todo el mundo con mayor precisión su naturaleza y su misión universal” (Lumen gentium, 1). Describe el camino de la Iglesia con toda la humanidad en la historia. 

Esta forma de ser se entiende propiamente no como una expresión de poder sino como un representatio ecclesiae, cuya autoridad proviene de Cristo para el servicio de la humanidad. ¿Qué tipo de rostro queremos mostrar como Iglesia? ¿Podemos ser una Iglesia samaritana? Precisamente porque la Arquidiócesis de Cincinnati ofrece tantos servicios a través de escuelas, hospitales, Caridades Católicas, etc. a tantas personas no católicas, debemos ser conscientes de nuestra responsabilidad hacia aquellos en la comunidad en general a quienes servimos. Un enfoque en servicio en vez de poder puede ayudarnos a discernir el camino a seguir para promover el bien común y llevar la alegría del Evangelio a quienes nos rodean.

En el tercer artículo de esta serie, escribí sobre la necesidad de que las “Familias de Parroquias” caminen juntas de manera sinodal. Vivir una vida sinodal comienza con la Santísima Trinidad. En este cuarto artículo, quiero explorar más profundamente las raíces de este “caminar juntos” como Familia de Dios, comenzando con Cristo y Su Presencia Eucarística, luego volviéndome hacia el Espíritu Santo y la Virgen María.

Permanecer Conectados a Cristo

La sinodalidad es una forma de vivir la fe de manera permanente en todos los niveles de la vida de la Iglesia y tiene sus raíces en el Misterio Pascual a partir del bautismo, a través del cual los individuos comparten en la comunión de la Trinidad. El bautismo implica la respuesta humana al llamado a vivir en comunión con Cristo a través del Espíritu Santo (Cf. 1 Cor 1, 9). Esta comunión purifica a la persona del pecado, haciéndole una nueva creación, hija o hijo adoptivo de Dios y miembro de la Iglesia, abriendo la puerta a los demás sacramentos, incluida la Eucaristía.

Es la Iglesia la que hace la Eucaristía, como la Eucaristía hace a la Iglesia. En virtud de la Eucaristía, los diversos miembros del Pueblo de Dios caminan juntos como Cuerpo de Cristo (Cf. 1 Cor 10, 17) bajo Cristo como cabeza. Cristo, el Buen Pastor, guía al rebaño en su camino. Él no solo guía, sino que también alimenta al rebaño. En la recepción de la Sagrada Comunión, la comunión con Dios se profundiza vertical y horizontalmente. El propio ágape de Dios se recibe corporalmente, para que su obra salvífica pueda continuar en y a través de la Iglesia. Consciente del don, la Iglesia sale para atraer a toda la humanidad a ser parte de esta unidad. Una parroquia o Familia de Parroquias debe permanecer íntimamente conectada con Cristo en la Eucaristía, priorizando la Misa dominical y el acceso a la Eucaristía.

Derramando el Espíritu Santo

En el bautismo de Cristo, se escuchó la voz del Padre y el Espíritu Santo descendió sobre Él como una paloma. Este mismo Espíritu, que fue derramado sobre los apóstoles en Pentecostés, ha sido derramado en nuestros corazones en el bautismo. El Espíritu Santo introduce el orden (1 Cor 12, 1-20) en medio de la diversidad de miembros y carismas en el Cuerpo de Cristo para que los miembros trabajen juntos por el bien de toda la Iglesia (1 Cor 12,14-31). A cada miembro se le da alguna manifestación del Espíritu en vista del bien del cuerpo. Los dones del Espíritu se reúnen en la Iglesia, donde los miembros sirven y se escuchan recíprocamente. La Iglesia se entiende a sí misma como un “nosotros” colectivo en la oración, la liturgia y el discernimiento.

María, Modelo Para La Iglesia

El Espíritu Santo, que está en el centro de este “caminar juntos” eclesial, cubrió también a María, Madre de la Iglesia y modelo del discipulado, que vivió este camino de manera privilegiada. Aunque el Espíritu estuvo operando desde el amanecer de la creación, en la plenitud de los tiempos (Cf. Gálatas 4, 4) se dio un salto cualitativo en la historia de la salvación. Por el Espíritu Santo, María concibió la Palabra de Dios, quien, a su vez, fue entregada como un regalo a la humanidad. María y el Espíritu “caminan juntos” desde la Anunciación hasta el Pentecostés.

Si, en la economía de la salvación, el Espíritu Santo representa la condición de la posibilidad de la auto comunicación de Dios en Jesús por parte del Divino, entonces María, con su fiat, representa la condición de la posibilidad de esta comunicación por parte de la humanidad. A través de su escucha atenta y su apertura a Dios, cumplió su misión de traer a Cristo al mundo. Ella demuestra las características de vivir este camino. Caminó con y en la Trinidad, recibiendo de buena voluntad el amor del Padre, llevando al Hijo dentro de su vientre y convirtiéndose en templo del Espíritu Santo. La Madre de Dios es modelo para todos los discípulos y un icono de vida sinodal, recordándonos la llamada universal a escuchar atentamente a Dios con apertura al Espíritu Santo.

María y el Espíritu Santo nos ayudarán a guiarnos por el camino del discernimiento. Por tanto, confiémonos a ellos, concluyendo con una oración a Cristo de la mística suiza Adrienne von Speyr:

“Señor, concédenos que te contemplemos, te afirmemos, te realicemos, a ti y a tu Iglesia y a lo que nuestra misión exige, en un Espíritu siempre nuevo, en el Espíritu del sí de tu Madre. Concédenos que recemos por este Espíritu. Nosotros sabemos que allí donde envías tu Espíritu, allí estás Tú mismo. El Espíritu te ha llevado a tu Madre, el Espíritu la ha hecho capaz de llevarte en su seno, de darte a luz, de abrazarte con su cuidado materno. Y porque en ella has vuelto a encontrar a tu propio Espíritu, de ella has formado a tu Iglesia. Y porque nos has llamado a entrar en esta Iglesia: haz de cada uno de nosotros un lugar en el que sople el Espíritu de tu Iglesia, un lugar en el que contigo y con la ayuda del Espíritu Santo se haga la voluntad de tu Padre, de nuestro Padre. Amén”.

En los dos primeros artículos de esta serie, exploramos los fundamentos de Faros de Luz. El primero describía a la Iglesia como la Familia de Dios, y el segundo compartía las características de una comunidad evangelizadora. Cada Familia de Parroquias formada a través del proceso de Faros de Luz está llamada a dar a conocer la alegría del Evangelio. La experiencia de ser una Familia de Parroquias traerá tanto desafíos como bendiciones. En este artículo, describiré Faros de Luz como un viaje enraizado en nuestra creencia en el Dios Trino.

Cuando crecíamos, la mayoría de nosotros se tomaba unas vacaciones familiares, un viaje, con la esperanza de renovarse. Esas aventuras estaban llenas de muchas alegrías y probablemente de algunos percances. La palabra griega synodos significa “caminar juntos”, como en una caravana o una peregrinación religiosa (cf. Lc 2, 40-44). Mientras la Arquidiócesis de Cincinnati camina hacia el futuro, lo hacemos juntos.

Una Iglesia Peregrina

Somos una “Iglesia peregrina”, en camino hacia la Jerusalén celestial. Significativamente, en Lumen Gentium (LG 9-17), la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, el Concilio Vaticano II se dirige al “Pueblo de Dios” antes de dirigirse a la jerarquía. Antes de este documento, dominaba una visión piramidal de la Iglesia, con los obispos y sacerdotes en la cima y los laicos en la base. Con la promulgación del documento, todos los bautizados, con sus roles distintivos, pudieron entender sus vocaciones como un servicio a la Iglesia.

Sinodalidad

La sinodalidad es una forma de vivir la fe de manera permanente en todos los niveles: en la parroquia, en la familia y en las periferias. Todos los miembros de la Iglesia, no sólo el clero o los expertos, deben comprometerse en esta forma de vivir. La sinodalidad describe el camino conjunto del Pueblo de Dios hacia la Nueva y Eterna Jerusalén.

El Papa Francisco nos llama a ser una Iglesia sinodal, una Iglesia que camina junta. Habló de ello en el 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos en 2015, afirmando que es “precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”. Se hizo eco del Papa Benedicto XVI al decir que la sinodalidad es una “dimensión constitutiva de la Iglesia” y la describió como “no es otra cosa que el ‘caminar juntos’ de la grey de Dios por los senderos de la historia que sale al encuentro de Cristo el Señor”.

Una Iglesia sinodal es aquella que escucha y “con la conciencia de que escuchar ‘es más que oír’”. Esto implica escucharse no sólo unos a otros, sino también al Espíritu Santo para saber lo que “dice a las Iglesias” (Ap 2,7). La escucha afirma la dignidad de cada persona y expresa el respeto por las voces, los deseos legítimos, los problemas y los sufrimientos del Pueblo de Dios.

El proceso de escucha comienza con el Pueblo de Dios, que, en virtud de su bautismo, participa del oficio profético de Cristo. Los sacerdotes y obispos, atentos a la voz del rebaño, escuchan a Dios para actuar correctamente y dar un testimonio creíble de la fe apostólica. El proceso converge a un punto de unidad en la fe, facilitando el encuentro con el Señor en la verdad.

Base Teológica

¿Cuáles son los fundamentos teológicos para entender a la Iglesia como una Familia de Dios que camina junta? Es decir, si las parroquias se van a agrupar en “Familias de Parroquias” para discernir juntas un futuro que sirva mejor a la evangelización, ¿sobre qué bases teológicas podría hacerse?

Comenzamos casi todas las oraciones con la señal de la cruz, invocando a la Trinidad. Aunque en los próximos meses profundizaremos en los fundamentos teológicos de Faros de Luz, nuestra creencia en la Trinidad es un buen punto de partida. Hay una clara huella trinitaria en la comprensión de la Iglesia en los documentos del Vaticano II, que describen a la Iglesia como “un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Se habla de una “sinodalidad trinitaria” ad intra, refiriéndose a la relación dinámica de las Personas de la Trinidad como comunión de amor, y de una “sinodalidad trinitaria” ad extra, en la que las personas de la Divinidad “caminan juntos” hacia toda la creación, la Iglesia y la humanidad en la historia. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son el modelo de toda forma de vida sinodal y, por tanto, de un modelo de vida como Iglesia.

Las Escrituras aluden a ello en el “Nosotros” divino del relato de la creación (Gn 1,26), en la visita de los tres invitados a Abraham (Gn 18,1-5) y en el camino de Dios hacia su pueblo a través de las alianzas del Antiguo Testamento, que culmina en el Mesías, que ofrece la salvación a judíos y gentiles por igual. El Nuevo Testamento, especialmente la Anunciación (Lc 1, 26-38), narra la Encarnación como una acción trinitaria, un caminar juntos: el Padre envía al Espíritu Santo a cubrir con su sombra a la Virgen para que el Verbo Eterno del Padre se encarne. En la Trinidad hay comunión y reciprocidad entre las Personas y una efusión de amor hacia la humanidad.

El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo caminan juntos en armonía. El Dios Trino camina junto a toda la humanidad. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo caminan con nosotros mientras discernimos el camino a seguir por nuestra arquidiócesis. A su vez, nosotros, como Familias de Parroquias, debemos caminar juntos, abiertos a los impulsos del Espíritu Santo y guiados por la Palabra viva (cf. Salmo 119, 105).

El mes pasado reflexioné sobre la Iglesia como Familia de Dios. Tenemos que pensar no sólo en las parroquias como familias, sino en las múltiples parroquias como familias extendidas o “Familias de Parroquias”, a medida que pasamos del mantenimiento a la misión. Faros de Luz es un medio para canalizar nuestros recursos de la manera que mejor sirva a la misión de la evangelización.

¿Cuáles son las características de una comunidad evangelizadora? En primer lugar, somos una Iglesia en salida. Somos misioneros. Salir exige abandonar con valentía nuestra zona de confort. En una entrevista en 2013, el Papa Francisco dijo:

“En lugar de ser solamente una Iglesia que acoge y recibe, manteniendo sus puertas abiertas, busquemos más bien ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos, capaz de salir de sí misma yendo hacia el que no la frecuenta, hacia el que se marchó de ella, hacia el indiferente. El que abandonó la Iglesia a veces lo hizo por razones que, si se entienden y valoran bien, pueden ser el inicio de un retorno. Pero es necesario tener audacia y valor”.

En segundo lugar, la comunidad de discípulos misioneros muestra iniciativa. La palabra primerear capta esta idea de ser proactivo en lugar de reactivo. En Evangelii Gaudium el Santo Padre escribe:

“La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos”.

Aquí, en la Arquidiócesis de Cincinnati, no podemos permitirnos esperar a que la gente venga a nosotros; más bien, debemos tomar la iniciativa y convertirnos en ”emprendedores espirituales”.

En tercer lugar, la comunidad evangelizadora está comprometida con sus miembros. El Papa Francisco utiliza a veces la palabra balconear, que significa asomarse al balcón para ver lo que ocurre sin comprometerse personalmente. El Papa propone a Jesús como lo opuesto a este tipo de personas:

“Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: ‘Seréis felices si hacéis esto’ (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo”.

El sacerdote no puede hacerlo todo. Debe animar a su gente a participar identificando y utilizando los talentos y dones de su rebaño.

En cuarto lugar, una comunidad de discípulos misioneros acompaña a otros. En un discurso en Asís en 2013, el Papa Francisco dijo:

“Lo repito a menudo: caminar con nuestro pueblo, a veces delante, a veces en medio y a veces detrás: delante, para guiar a la comunidad; en medio, para alentarla y sostenerla; detrás, para mantenerla unida y que nadie se quede demasiado atrás, para mantenerla unida”.

Un padre de familia debe guiar a su familia, pasar tiempo con ella y ofrecerle ánimo, manteniendo a la familia unida. El acompañamiento implica guiar, animar, apoyar y unir. El párroco como el pastor debe liderar el proceso, acompañando a los suyos, conociendo sus alegrías, penas, esperanzas y necesidades, y ofreciendo ánimo. Esto exige escuchar y empatizar por su parte. Al mismo tiempo, la comunidad parroquial camina con él, y cada miembro desempeña un papel en el fortalecimiento de los demás, sirviendo como puentes, en lugar de barreras, en un esfuerzo unido para evangelizar.

En quinto lugar, la comunidad evangelizadora es fecunda. Comentando la parábola de la cizaña y el trigo, el Santo Padre dice:

“La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados”.

La fecundidad exige discernimiento y paciencia. La parábola de la cizaña y el trigo habla de discernir lo que es del Hijo del Hombre, que siembra buenas semillas en el campo, de la cizaña, sembrada por el diablo. En griego, la palabra para cizaña es zizania, que se refiere a la hierba de centeno. Zizania se parece inicialmente al trigo, pero sólo cuando está madura se puede discernir la diferencia. Jesús advierte de la necesidad de tener paciencia y discernimiento porque las cosas no siempre son claras al principio.

La paciencia y el discernimiento nos permiten avanzar. Es especialmente necesario que todos nosotros ayudemos a los fieles a comprender la razón del proceso Faros de Luz y a aceptar la realidad del cambio.

La última característica de una comunidad evangelizadora es la alegría. La Eucaristía es el sacramento de la alegría cristiana. En la Eucaristía, la alegría conquistada por Jesús no sólo se conserva y se comparte, sino que perdura. La Iglesia celebra la Eucaristía con el gozo nupcial, como la comprometida a Cristo. Es un anticipo del banquete celestial.

Las Familias de Parroquias, alimentadas por la Sagrada Eucaristía, tendrán la valentía de salir, de tomar la iniciativa, de comprometerse y de acompañar a los demás para que den frutos duraderos. Serán comunidades evangelizadoras, marcadas por la alegría que proviene del Evangelio y de la Eucaristía.

In this series, we have attempted to ground our understanding of the Beacons of Light initiative in the understanding of the Church as the Family of God. As the Family of God, we journey together in a synodal way, imitating the walking together of the Trinity. This “walking together” requires walking also with Christ, to whom we united ourselves in the Eucharist, and whom the Church must radiate to the world. . The whole Church is guided also by the Holy Spirit, who calls us together and who leads along our journey. It was the Spirit who overshadowed Mary at the conception of Jesus and who descended upon the Apostles when they were at prayer with Mary at Pentecost.

Trusting in the power of Christ and His Spirit and taking confidence in the Virgin Mary, whose children we have become, the People of God in the Archdiocese of Cincinnati prepare for the journey that lies ahead. In speaking of the Church as a family that journeys together, we can speak of synodality in the Church and of the Church.

Synodality in the Church refers to the divine life in which members of the Church share in the synodality of the Trinity; this sharing happens in a variety of ways, most prominently through the liturgy and sacraments, in which the whole People of God journey toward the heavenly Jerusalem, with members of the Church exercising their diverse charisms and ministries. Ecclesial synodality takes on flesh in institutions (diocesan synods, parish finance councils, pastoral councils, etc.), especially when those structures are animated by the Risen Lord and attentive to what the Spirit says.

These “institutions” will be extremely important in Beacons of Light as “Families of Parishes” develop pastoral plans. Difficult decisions will need to be made about how to work together, about finances, schools, and facilities. The focus cannot be about clinging to the past or holding on to power; rather, the focus must be on the mission of evangelization and discovering what the Risen Lord and the Spirit have prepared.

Synodality in the Church is also related to koinonia, which refers to the new relationship that disciples have with God and one another. The communion of the Church is revealed as an initiative of the Trinity rather than a result of the will of people who associate for reasons of convenience, common interests, or business.

Koinonia is an unconditional gift from God who desires that all share in the life of His Son and share solidarity with one another; it is also a spiritual work involving sharing in the suffering and consolation of others (Rom 12:13; 2 Cor 1:5-7; Phil 3:10; 4:14) and performing concrete works of charity (cf. Rom 15:26; 2 Cor 8:4; 9:13; Gal 2:9; Phil 1:5; Phil 6). Koinonia refers to a spiritual union and to a visibly operating concordance of hearts and minds (Acts 2:42), beginning with baptism through which one is incorporated into the life of Christ and the Church, forming a societas.

Journeying together as a family is one of the most visible and meaningful forms of ecclesial communion, involving many modes of participation in the Church. If communion is a sharing in the faith and mission of the Church, this journeying is the sign and fulfillment of communion through which communion appears in all its complex dimensions: divine and human; invisible and visible; animated by the Spirit and organized by humans.

Of course, there will be some resistance from those unwilling to change or fearful of change. Patience will be necessary. Each person and each parish within a family must ask: Am I a bridge to unity within the parish or am I a barrier? Are we truly searching for the way forward or serving as obstructionists? How are we becoming an evangelizing community?

In addition to synodality in the Church, we can also speak of synodality of the Church. This refers to the Church which is like a “sacrament or sign and instrument both of a very close-knit union with God and of the unity of the whole human race” and which “desires now to unfold more fully to the faithful of the Church and to the whole world its own inner nature and universal mission.” (Lumen Gentium, 1) It describes the journey of the Church with all of humanity in history.

This way of being is properly understood not as an expression of power but as a representatio ecclesiae, whose authority comes from Christ for the service of humanity. What type of face do we as a Church want to show forth? Can we be a Samaritan Church? Precisely because the Archdiocese of Cincinnati offers so many services through schools, hospitals, Catholic Charities and the like to so many non-Catholics, we must be conscious of our responsibility toward those in the wider community whom we serve. A focus on service rather than power can help us discern the way forward in promoting the common good and bringing the joy of the Gospel to those around us.

Living a synodal life begins with the Holy Trinity. In this article, I want to explore more deeply the roots of this “journeying together” as the Family of God, beginning with Christ and His Eucharistic Presence, then turning to the Holy Spirit and the Virgin Mary.

Remaining Connected to Christ

Synodality is a way of living the faith in a permanent manner at every level in the life of the Church and is rooted in the Paschal Mystery beginning with baptism, through which individuals share in the communion of the Trinity. Baptism involves the human response to the call to live in union with Christ through the Holy Spirit (1 Cor. 1:9). This communion purifies the person from sin, making him or her a new creation, an adopted child of God and member of the Church, opening the door to the other sacraments, including the Eucharist.

It is the Church which makes the Eucharist, just as the Eucharist makes the Church. In virtue of the Eucharist, the People of God as the Body of Christ journey together with diverse members (1 Cor. 10:17) under the headship of Christ. Christ, the Good Shepherd, leads the flock on its journey. He not only leads, but He also feeds the flock. In the reception of Holy Communion, communion with God is deepened vertically and horizontally. God’s own agape is received bodily, so that His saving work may continue in and through the Church. Conscious of the gift, the Church goes forth to draw all of humanity together in unity. A parish or Family of Parishes must remain intimately connected to Christ in the Eucharist, prioritizing Sunday Mass and access to the Eucharist.

Pouring Out The Holy Spirit

At the baptism of Christ, the voice of the Father was heard and the Holy Spirit descended over Him like a dove. This same Spirit, which was poured out on the apostles at Pentecost, has been poured into our hearts in baptism. The Holy Spirit introduces order (1 Cor. 12:1-20) amid the diversity of members and charisms in the Body of Christ so that members work together for the good of the whole Church (1 Cor. 12:14-31). Each member is given some manifestation of the Spirit in view of the good of the body. The gifts of the Spirit are gathered in the Church, where members serve and listen to one another reciprocally. The Church understands herself as a collective “we” in prayer, liturgy and discernment.

Mary, a Model For The Church

The Holy Spirit, who is at the core of this ecclesial “walking together,” also overshadowed Mary, Mother of the Church and the model of discipleship, who lived this journey in a privileged way. Although the Spirit was operating from the dawn of creation, in the fullness of time (Gal. 4:4) a qualitative leap was made in salvation history. By the Holy Spirit, Mary conceived the Word of God, who, in turn, was given as a gift to humanity. Mary and the Spirit “journey together” from the Annunciation through Pentecost.

If, in the economy of salvation, the Holy Spirit represents the condition of possibility for the self-communication of God in Jesus on the part of the Divine, then Mary, with her fiat, represents the condition of possibility of this communication on the part of humanity. Through her attentive listening and openness to God, she fulfilled her mission in bringing Christ to the world. She demonstrates the characteristics of living this journey. She journeyed with and in the Trinity, willingly receiving the love of the Father, bearing the Son within her womb, and becoming a temple of the Holy Spirit. The Mother of God is a model for all disciples and an icon of synodal life, reminding us of the universal call to listen attentively to God with an openness to the Holy Spirit.

Mary and the Holy Spirit will help guide us along the path of discernment. Therefore, let us entrust ourselves to them, concluding with a prayer to Christ from the Swiss mystic Adrienne von Speyr:

“Dear Lord, grant that we contemplate and affirm you and your Church, and carry out what our mission demands, in an ever-new spirit, in the spirit of your Mother’s consent. Grant also that we pray for this Spirit. We know you yourself are where you send your Spirit. The Spirit brought you to your Mother: the Spirit enabled her to carry you; and because in her you found again your own Spirit, you formed your Church. Since you have called us into this Church, make from each one of us a place where the Spirit of your Church blows, where the will of your Father is done together with you and with the help of the Holy Spirit. Amen.”

In the first two articles of this series, we explored the foundations for the Beacons of Light initiative being undertaken in the Archdiocese of Cincinnati, first describing the Church as the Family of God and then offering characteristics of an evangelizing community. Each “Family of Parishes”, formed through the process, is called to make known the joy of the Gospel. The experience of being a “family of parishes” will be new and will bring challenges and blessings. Here, I would like to describe Beacons of Light as a journey and to show how this journey is rooted in our belief in the Triune God.

Growing up, almost every one of us took a family trip or journey – with hopes for renewal, filled with many joys, along with a few mishaps. As the Archdiocese of Cincinnati journeys into the future, we do so together. The Greek word synodos means “to be on the journey together” as in a caravan or religious pilgrimage (Lk 2:41-44).

We are a “pilgrim Church,” journeying toward the heavenly Jerusalem. Significantly, in Lumen Gentium (LG 9-17), the Dogmatic Constitution on the Church, the Second Vatican Council treated the “People of God” before treating the hierarchy. If a pyramidal view of the Church, with the bishops and priests on top and the laity on the bottom, had dominated previously, now all the baptized, with their distinctive roles, could understand their vocations as a service to the Church.

Synodality is a way of living the faith in a permanent way at every level: in the parish, the family, and at the peripheries. All Church members, not just the clergy or experts, are to be engaged in this way of living. Synodality describes the journeying together in history of the People of God toward the New and Eternal Jerusalem.

Pope Francis calls us to be a synodal church, a church that walks together. He spoke of this in 2015, stating that it is “precisely this path of synodality which God expects of the Church of the third millennium.” (Address during the Ceremony Commemorating the 50th Anniversary of the Institution of the Synod of Bishops, October 17, 2015) Echoing Pope Benedict XVI that synodality was a “constitutive element of the Church,” he described it as “nothing other than the ‘journeying together’ of God’s flock along the paths of history towards the encounter with Christ the Lord.”

A synodal church is one that listens and “which realizes that listening is more than simply hearing.” This involves listening not only to each other, but also to the Spirit to know what “he says to the churches.” (Rev 2:7) Listening affirms each person’s dignity and expresses respect for the voices, legitimate desires, problems and sufferings of the People of God.

The process of listening begins with the People of God, who, in virtue of their baptism, share in the prophetic office of Christ. Priests and bishops, attentive to the voice of the flock, listen to God to act rightly and to give credible witness to the apostolic faith. The process converges to a point of unity in faith, facilitating an encounter with the Lord in Truth.

But what would be the theological foundations for understanding the Church as a Family of God that journeys together? That is, if parishes will be grouped together into “Families of Parishes” in order to discern a future together that best serves evangelization, on what theological basis would this be done?

We begin almost every prayer with the sign of the cross, invoking the Trinity. While next month, we will delve deeper into the theological foundations of Beacons of Light, our belief in the Trinity is a good starting point. There is a clear Trinitarian imprint on the understanding of the Church in the documents of Vatican II, which describes the Church, as “a people made one with the unity of the Father, Son, and Holy Spirit.” (LG, nn. 2-4) One speaks of a “Trinitarian synodality” ad intra, referring to the dynamic relationship of the Persons of the Trinity as a communion of love, and a “Trinitarian synodality” ad extra, in which the persons of the Godhead “journey together” toward all of creation, the Church, and humanity in history. The Father, Son, and Holy Spirit are the model for all forms of synodal living, and, therefore, of a model of living as the Church.

The Scriptures allude to this in the Divine “We” in the story of creation (Gen 1:26), in the visit of the three guests to Abraham (Gen 18:1-5), and in the journey of God toward His people through the covenants of the Old Testament, culminating in the Messiah, who offers salvation to Jews and Gentiles alike. The New Testament, especially the Annunciation (Lk 1:26-38), recounts the Incarnation as a Trinitarian action – a journeying together: the Father sends the Spirit to overshadow the Virgin so that the Eternal Word of the Father might become incarnate. In the Trinity, there is communion and reciprocity among the Persons and an outpouring of love toward humanity.

The Father, Son, and Holy Spirit journey together in harmony. The Triune God journeys together toward all of humanity. The Father, Son, and Holy Spirit journey with us as we discern the way forward for our Archdiocese. In turn, we as “Families of Parishes” must journey together, open to what the Spirit says and guided by the living Word (cf. Ps 119:105).

El camino que le espera a la Arquidiócesis de Cincinnati con el proceso Faros de Luz no será fácil. Requerirá discernimiento tanto a nivel individual como comunitario. En la Alegría del Evangelio (Evangelii Gaudium), el Papa Francisco invita a todas las iglesias locales a entrar en un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma para que el impulso misionero de la Iglesia sea más intenso, generoso y fecundo, y agrega que es importante “no caminar solos, contar siempre con los hermanos y especialmente con la guía de los obispos, en un sabio y realista discernimiento pastoral” (EG, 30; 33).

Tres palabras que nos ayudan a comprender el discernimiento son: reconocer; interpretar; y elegir.

Reconocer. Los individuos y las Familias de Parroquias deben poseer un sentido de autoconciencia para ayudar a reconocer, nombrar y enfrentar situaciones y dificultades en la vida. Muchos hoy en d a pueden tener una buena educación en general, pero son analfabetos en lo que respecta a la afectividad. Por tanto, existe una gran necesidad de formar personas y comunidades que valoren honestamente la propia identidad y reconozcan los movimientos interiores del Espíritu, especialmente los que traen alegría y los que perduran.

Interpretar. Los individuos y las Familias de Parroquias no solo deben reconocer los desafíos, sino también aprender a interpretar las experiencias, especialmente a la luz de la fe. A medida que los individuos y las comunidades intentan comprender el sentido de sus experiencias y cómo evaluarlas, la jerarquía de verdades de la fe católica ayuda en el proceso de discernimiento.

El Papa Francisco, en Evangelii Gaudium, nos llama a todos a discernir: “Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG, 20).

El proceso de discernimiento y deliberación es fundamental. Las personas y las parroquias deben usar tanto la fe como la razón para sopesar los pros y los contras respecto a propuestas y decisiones. Los laicos están llamados a cumplir con las responsabilidades de su bautismo trabajando por la santificación del mundo y comprometiéndose en la misión evangelizadora de la Iglesia, ofreciendo conocimientos de sus experiencias profesionales, personales y espirituales.

Los religiosos y religiosas están en una posición única para iluminar las dimensiones trascendentes y escatológicas en algunos temas. Como colaboradores del obispo y los sacerdotes, especialmente los párrocos, los religiosos y religiosas pueden ofrecer su sabiduría teológica, espiritual y pastoral, aplicando su experiencia de pastorear y acompañar al rebaño y permanecer como Cristo en medio de ellos.

Elegir. El discernimiento exige poder elegir. Conscientes de su deber de escuchar al rebaño, los pastores deberían tener el “olor de las ovejas”. El arzobispo carga consigo la responsabilidad personal y específica a nivel local de ser testigo de la verdad y preservar tanto la unidad como la integridad de la fe y de su rebaño. En  última instancia, el arzobispo tiene la responsabilidad final en cuanto a decisiones canónicas; sin embargo, sus decisiones fluyen y se dan, solo después del consenso y de su propio discernimiento en oración.

Por ejemplo, en el proceso Faros de Luz, agrupar las Familias de Parroquias requirieron la recopilación de ideas y datos tanto de hombres y mujeres laicos, párrocos, consejos pastorales y el personal, para luego colaborar en posibles agrupaciones. Se solicitó información adicional de los decanos, el Consejo Presbiteral y los encabezados de los distintos departamentos arquidiocesanos, junto con los sacerdotes y los directores de escuelas. Después de un período de comentarios públicos de tres semanas, surgió  un consenso para darse las agrupaciones finales al que el arzobispo consintió. Posteriormente, cada Familia de Parroquias propondrá su propio plan pastoral y lo presentará  al arzobispo para su consentimiento.

Este consentimiento, este elegir, nunca es una afirmación de poder, sino que sigue siendo un servicio a la Iglesia en el nombre del Señor Jesús. Fundamentalmente, el discernimiento es de naturaleza comunitaria que expresa la corresponsabilidad que tienen los creyentes; exige que sus miembros tengan una conciencia eclesial que conduce a la comunión. La palabra clave es “corresponsabilidad”.

En 2009, el Papa Benedicto XVI comentó:

Es necesario mejorar el enfoque pastoral, para que, respetando las vocaciones y roles de los consagrados y laicos, se promueva gradualmente la corresponsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios. Esto exige un cambio de mentalidad, particularmente en lo que respecta a los laicos, pasando de considerarlos “colaboradores” del clero a reconocerlos com verdaderamente “corresponsables” de la existencia y acción de la Iglesia, favoreciendo la consolidación de un laicado maduro y comprometido. (Benedicto XVI, “Discurso de la conferencia pastoral de la diócesis de Roma sobre el tema: ‘pertenencia eclesial y corresponsabilidad pastoral”, 26 de mayo de 2009)

Hay que tomar decisiones y elegir cosas que probablemente no serán fáciles. Se anticipa que todos los involucrados experimenten algo de dolor, pero si es un proceso compartido, nuestra iglesia local estará en mejor posición de llevar a cabo la misión de evangelización y nuestras parroquias serán verdaderamente Faros de Luz.