La Iglesia es signo e instrumento de comunión con Dios y de unidad entre todos los hombres y mujeres que están llamados a llevar la alegría del Evangelio al mundo entero. Una imagen bíblica utilizada por el Concilio Vaticano II que puede ser útil para entender las próximas agrupaciones parroquiales y el proceso Faros de Luz, es la de la Iglesia como Familia de Dios – “la casa de Dios en que habita su familia; habitación de Dios en el Espíritu (cf. Ef. 2:19, 22)”.
La imagen de la Iglesia como familia es antigua, y la idea de una familia como “iglesia doméstica” ha resurgido en los últimos tiempos. Las parroquias son comunidades de familias, reunidas bajo un párroco, un pastor, un “padre” de familia, en comunión con el obispo, para dar culto a Dios y construir el Reino. La familia es un lugar de pertenencia, un lugar privilegiado para experimentar el amor y el crecimiento, un signo original del amor de Cristo por su Iglesia, que nos ha dado Dios Padre. Es a la vez un elemento de construcción de la sociedad y un medio fundamental por el que se nos introduce en una relación decisiva con Dios.
La familia existe para generar vida y profundizar el compañerismo entre los creyentes en su camino hacia el destino común. La estabilidad familiar es fundamental para el futuro. Esto es cierto no sólo para nuestras familias individuales, sino también para nuestras familias parroquiales. Cada familia, incluida la familia parroquial, tiene la misión de construir la Iglesia y acrecentar el Reino de Dios en el mundo; de ser una comunidad de amor en la que las personas experimenten un sentido de pertenencia; y, de ser un faro de luz y esperanza para los demás.
En la Familia de Dios nos encontramos continuamente con Cristo que, según el Papa Emérito Benedicto XVI en Deus caritas est, “da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. En nuestras propias familias, aprendemos a afrontar las dificultades y a enfrentarnos a las realidades de la vida, iluminados por su Presencia. En la vida familiar, encontramos a Cristo en los demás. Tanto en nuestras familias individuales como en las familias parroquiales, nuestro compañerismo se da en un espacio, en nuestra convivencia y trabajo diario, en un camino común con una meta en común: nuestro destino con Dios.
La Iglesia puede entenderse como la Familia de Dios. Jesús se dirige a Dios como Padre y la Iglesia antigua se dirigía a sus miembros como adelphoi (hermanos y hermanas). La Iglesia no es principalmente una agrupación administrativa, organizada y ocasionalmente reorganizada como una empresa; más bien, sus características distintivas son la oración y la Eucaristía. Los creyentes son llamados por su nombre a formar parte de esta familia, se unen y constituyen como familia por el Espíritu Santo. Ninguna familia es perfecta, y siempre hay miembros de la familia con diferentes temperamentos, pero hay un vínculo fundamental: la fe.
La Iglesia, constituida por Dios, tiene el mandato de evangelizar. Cada familia y cada parroquia deben tener una perspectiva misionera. Debemos irradiar a Cristo al mundo y, sin embargo, estamos viviendo un profundo cambio que hace más difícil la tarea de evangelizar. El Papa Francisco dice con frecuencia que “no estamos viviendo simplemente una época de cambios, sino un cambio de época”. Reconociendo esto y la realidad actual de la Arquidiócesis de Cincinnati, que incluye cambios demográficos y menos sacerdotes, es esencial adaptarnos para llevar a cabo eficazmente la misión de la Iglesia en un entorno cambiado.
Faros de Luz no trata principalmente de la escasez de sacerdotes, sino de la misión de la evangelización. Al principio de su Pontificado, el Papa Francisco describió su sueño para la Iglesia en La alegría del Evangelio: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación”.
Los invito a soñar cómo nuestras parroquias pueden ser comunidades evangelizadoras, faros que irradian la luz de la fe y responden a las necesidades de toda la Familia de Dios.